sábado, 20 de agosto de 2011

Relato Eva Diaz Garcia

"Relato de una tarde de verano"
Eran las 12:34 de la mañana. A fuera hacía frío y llovía, y yo estaba en la habitación de el hotel observando desde mi ventana a la gente pasar corriendo por las calles de Alicante, intentando buscar refugio de la enfurecida tempestad.
No era el mejor pasatiempo, pero en un día como aquel poco más podía hacer, encerrada entre esas cuatro paredes grisáceas y desconchadas.
Dejé la ventana de lado y me tumbé sobre la cama. Quizá no fue tan buena idea el viajar sola. No soy muy aventurera, lo reconozco, pero lo que sí soy es impulsiva. Si mi corazón me dice algo, una extraña fuerza me obliga a perseguirlo, y muchas veces los sentimientos no dan cabida a la razón de mis pensamientos, lo que hace que termine haciendo cosas tan estúpidas e irracionales como estas.
Sí, pensándolo bien era una absurda tontería. En mi casa, una tarde viendo la televisión. Una calurosa tarde de verano sin nada más que hacer que ver la televisión. Entonces, como si de una señal se tratara, pusieron un anuncio de vacaciones costeras, y sin pensarlo empecé a hacer las maletas.
No, definitivamente no fue una gran idea. Pero daba igual, ya estaba hecho.
Me levanté de la cama, no quería seguir pensando en las pasadas acciones. Así que me arreglé un poco y me dispuse a salir a dar una vuelta. Me mojaría, pero, ¿y qué? ¿A caso era mejor quedarme encerrada escuchando el eco de mis pensamientos? No. Necesitaba despejarme, y la solución estaba en el exterior.
Cerré la puerta de la habitación, y me dirigí hacia el ascensor.
Cuando ya se estaban cerrando las puertas, surgió una mano de la nada que impidió que estas ni siquiera se rozaran.
Era un chico de no más de 25 años. Supongo. Nunca he sido buena averiguando edades...
Iba vestido bastante informal. Tenía unos ojos verdes claros, y un cabello castaño algo engominado. Y, bueno, como era de esperar, era bastante atractivo.
No sé muy bien por qué, pero había algo en él que captaba toda mi atención. Quizá fueran esos penetrantes ojos verdosos. Quizá no.
Finalmente, sin saber cómo, surgió una amistosa conversación. Charlamos y nos conocimos un poco.
Aún recuerdo con anhelo a aquel chico de la 411. Quizá en un futuro nos volvamos a encontrar...

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